Monday, December 31, 2018

La lluvia


LA LLUVIA

—¡Qué calor!
—Es Cartagena....

Lo de siempre. Qué aburrimiento. Pero después de todo, uno es responsable de su propia felicidad.
Decidimos ir a la playa.  Mientras Pedro terminaba de barrer el jardín y trapear la casa, me puse el traje de baño y alisté el motete. Ya se estaba haciendo tarde y pronto querríamos almorzar.

—Pero yo no quiero comer en la playa. Quiero comer sano — él me dijo.
—Ya son las once — le respondí al cruzar el puente peatonal.
Hablamos de la hora y las opciones y decidimos ir al Centro a comer en el Restaurante X *, debido a la hora y el ser domingo, donde es bueno y barato. Se les olvidó lo de “bonito”, pero es lo que es.
Montamos el colectivo y nos fuimos para la ciudad amurallada. El taxi nos dejó en la Calle de la Moneda, y apenas pisamos la calle, empezó a llover.
—Hay tiempo para llegar antes de que se desate la tormenta
Optimista. Yo ya no corro. Las rodillas me traicionan.
—Bueno, pero estamos vestidos para mojarnos.

No llevamos ni paraguas ni cartera ni nada. Sólo la bolsa de playa de malla, un libro, toalla y agua. Trajes de baño con mocho y camiseta encima., las chancletas más viejas. Pa’ playa.
Cruzamos a la Plaza de Telecom a ver si había buffet hoy en el Hotel Cartagena Hil, pero no. Era en camino al Restaurante X de todos modos. Ya la lluvia caía en serio, y nos mojábamos. Por lo menos el calor había bajado, y la idea era escapar de él. Cruzamos Tripita y Media y entramos a Getsemaní.
Nunca había comido en el Restaurante X; por eso quería, para hacer algo diferente. La variedad da sabor a la vida.
Entramos medio mojados pero contentos, y se fue la luz. No nos importó. Nos sentamos por la entrada donde hay ventanas. Un lugar típico, viejo pero limpio. Decoración sin descripción. Unos cuadros. Cerámicas típicas. Se veía desgastado el lugar. La mesera también. Joven pero aburrida. Pedimos pescado, el almuerzo ejecutivo a $8000 COL.
Mi sopa de huesos, un caldo con huesito carnudo, no bien cocinado, pero la yuca – ah, la buena yuca de la costa. Tiene un sabor especial, arenosa como la playa. Como que el calor que tanto nos fastidia le conviene p’ dar la mejor yuca del país. Pedro tomó la sopa de pescado. Nunca me ha gustado mucho. Después de todo, no soy costeña....
Yo pedí la mojarra frita; él el jurel en posta. Fue una mojarrita sobre-frita y casi calcinada, acompañada por un arroz sequísimo, una tajada de maduro frito, zaragozas normales y “ensalada”. Ésta consistió de un pedazo de lechuga marchita, de las que se deben poner en el compost, con un pedacito de tomate y dos tajaditas de pepino, sin vinagreta. Seca como el arroz.
Casi no encontré carne en los huesos del pescado, y el limón también estaba seco. Lo mejor de la comida fue la cerveza que entramos, comprada en la Plaza de Telecom en camino.
Pedro, como siempre, comió todo. Si te gusta el jurel, él eligió mejor que yo.
—¿Tú recomiendas este lugar a los turistas? —pregunté incrédula.
—Sí. Bueno y barato.
—Pero no bonito. Ni bueno. Pero quería probar...Ya escampó.
Pagamos, sin dejar propina. Salimos a encontrar la calle inundada.
—Cuidado —me advierte Pedro, como siempre. Y tenía puestas las chancletas más gastadas puestas. Podría resbalar.
—Cuidado tú. Yo voy bien.
Agua por todas partes. Siempre pasa en el Centro de la Heroica. En un rato el agua bajaría. Seguramente llegaría al caño, y al mar. Ciudad de agua. Verano eterno. Por lo menos la humedad no nos asedia ahora, ya que se solidificó y llovió. Bendito. Yo quedé con hambre pero agradecí la experiencia.

—Sí, ya no sirve ir a la playa.
—Pero está fresca la tarde.
—Gracias a Dios.
Cruzamos Tripita y Media otra vez y nos dirigimos hacia la Plaza de Telecom. Otra vez se desataron las nubes y nos mojó la lluvia. Qué curioso. Como si fuera mandada justo para mojarnos a nosotros especialmente cada vez que pisamos la calle.
Decidimos que ya queríamos volver a casa.
—Va a seguir lloviendo.

Montamos colectivo para Crespo. Escampó, pero al bajar en el puente peatonal, la lluvia empezó otra vez.
—Nos persigue —. De pronto él resbaló, pero me apretó la muñeca y no se cayó.
—Cuidado, mi amor.
—Las chancletas.

La casa se encontró bañada y fresca, y el tanque del patio recién llenado por la bendición del cielo. Decidí bañarme allí con agua lluvia. Delicioso.
Y así pasamos la tarde más fresca en veinte días. Bendita agua.












*No se ha usado el nombre real para dar el beneficio de la duda al establecimiento. Cualquier parecido a personas o lugares reales es intencional, pero se respeta la privacidad. Después de todo, todo cuento tiene algún elemento de no ficción, ¿no?

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